La mujer de la limpieza



Cada mañana le cuesta horrores levantarse de la cama. Mezcla de pereza y cansancio tras un duermevela constante. Demasiadas pesadillas y sus ronquidos. Ya no los soporta. Pero decirle que prefiere dormir en el salón le sienta mal. Así que cuando es él el que se queda profundamente dormido ante el televisor viendo el fútbol, ya no se molesta en despertarlo. Se acuesta pronto sin hacer ruido y descansa hasta que él entra a mover las mantas y seguir roncando, a su lado. No se dan un beso de buenas noches y no es capaz de recordar la última vez que durmieron abrazados. Cuando murió su suegra hace unos meses, él padeció insomnio y ni por esas se acercó a buscar sus brazos. Desde siempre ha crecido pensando que un "hombre de los de antes" se curte solo, pero con una buena mujer al lado. Y ella cree que debe de serlo.

En los libros que lee y en las películas que ve los hombres no son como él. A veces se pregunta si en realidad existen esos galanes tan perfectos, porque la vida le ha dejado bastante clara la idea de que los príncipes azules sólo aparecían en los cuentos de niñez. Lleva más de treinta años a su lado y sabe que morirá con él.

A días mientras están comiendo, él le hace reír con algún comentario, pero el resto del tiempo lo pasa en el trabajo o enfrascado en la televisión. Así es la vida, dicen. Sin embargo ella siente que debe haber algo más. Lo que ocurre es que no sabe qué es.

Sus hijos se han ido a estudiar fuera y para poder sufragar sus gastos hace un año que trabaja en otro lugar. Los echa de menos. Llaman poco. Se acuerdan de ellos cuando el mes aprieta, pero están bien. Les escucha felices; están teniendo una oportunidad que ella no tuvo. Se alegra al pensar que son independientes aunque le haya costado muchas lágrimas soltar el lazo. Volver a la vida de pareja, a él, a ella consigo misma.

Le gusta estar sola. Y aunque no tenga un trabajo maravilloso le gusta estar ocupada viendo gente durante todo el día, a pesar de que para todos ellos, ella es invisible. Una semana le toca de mañanas y otra, de tardes. Desde hace un mes va un poco nerviosa. Más que nerviosa, con curiosidad. Expectante. Hay un hombre sentado en el mismo banco durante horas. Calcula que tendrá más o menos la edad de su marido, aunque en su expresión se pueden apreciar varias vidas. Está infinitamente triste. Cuando llega el tren, alza la mirada y observa uno a uno a los pasajeros que suben y bajan. Sin moverse. Apenas ladea la cabeza si cree reconocer a una persona. Ella cree que espera a alguien, pero siente que ni él mismo confía en que esa persona vaya a aparecer.

Barre el andén cuando todos se han ido, después de haber limpiado los baños. Él sigue ahí. No la mira. Pasa a su lado con discreción, con cuidado de no distraerlo de su extraño estado de meditación, o espera, o desidia. No se atreve siquiera a darle las buenas noches, ni los buenos días. Su silencio es tan abrumador que no es capaz de abrir la boca. Pero siente curiosidad. ¿Qué espera? ¿A quién? ¿Y por qué?

De pequeña le repitieron hasta la saciedad que no hablara con desconocidos. Si hoy día tampoco lo hace con los supuestos conocidos, ¿es que también ella debe sentarse y callar?

Son las 21h, hora de marchar. Él sigue ahí. Parece que nadie lo espera. A ella, en cambio, sí. En el autobús va pensando que al igual que el hombre de la estación, hoy compartirá silencio. Imagina que hoy no tocará ninguna otra variedad en casa. Espera que su marido esté cansado. Los viernes suele ponerse pesado y le hace carantoñas mientras calienta la cena. Es tan predecible que la exaspera.  Y cada día le duele más. Posiblemente aproveche para planchar y así a él se le pasan las ganas. Si no, como siempre, se dejará hacer. Hace tiempo descubrió que abrir las piernas era mucho más fácil que abrir el corazón. Pero esto él no lo sabe. Hablan idiomas distintos. Y ella no fue a la universidad para aprenderlos. Sencillamente, son distintos. Lo tiene asumido. Así es la vida, dicen. Siempre igual


¿Banda sonora? Siempre igual, de Los Suaves. Básico indiscutible.

                           "...para escapar de esta vida, para escapar como sea..."

¿Imagen? Toulouse-Lautrec, imprescindible.

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Este texto junto con el anterior formaron un experimento que me encantó. 
Esta es para mí una historia cruda, pero que se repite con demasiada frecuencia, como la de todas esas personas que se quedan clavadas al suelo bien sea por miedo, por costumbre o por indecisión. Los trenes, las estaciones, las personas se acaban marchando y para ellos, todo continua igual. Siempre igual. Deja un poso tan amargo en la garganta como la sequedad en la boca tras una noche de mucho tabaco y alcohol.

Hoy he visto llorar a un hombre. Se ha disculpado porque no podía dejar de hacerlo. Me ha parecido la escena más dura de mi día y sin embargo, la más de verdad. 
Porque la gente sufre y se derrumba. Porque nadie puede resistir cuando no es feliz. 
Porque dar un paso duele, pero por suerte, con cada avance el dolor es menor. 
Porque solo hay una vida, unos años, un tiempo y, cada uno elige cómo y dónde lo quiere vivir y por quién elige sufrir. Y hasta cuándo. El momento clave en el que se dice stop
Actos incomprensibles para algunos, pellejos distintos. 

Cantaban los Ketama aquello de 


Quien hoy lloraba, está buscando ser feliz. 
Brindo por ti, valiente. 

Feliz comienzo de semana a tod@s. 
Si el mundo no cambia, al menos, intenta cambiar tú.
Y saldrá bien. 



Comentarios

  1. Hay cientos de historias anónimas que se basan en estereotipos basados, simplemente, en la incapacidad de moverse. Miedo, falta de decisión y/o simplemente, resignación. Cada vez que se arranca una sonrisa, o una lágrima conmueve, se triunfa, siquiera un momento

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  2. Qué mensaje más certero, plebeyo. El caso es que la misma persona que lloraba usó la palabra "estereotipo". Curioso.
    Solo triunfan los valientes; y los valientes lloran. Mucho. Muchísimo.
    Un beso, fiel plebeyo bloggero. Muakss!

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  3. Es difícil ver llorar, pero en esas lágrimas van cayendo las penas, los pesares, necesarias para poder seguir adelante.

    Bonito piso. Un saludo.

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    Respuestas
    1. Gracias, María.
      Bienvenida. Regaré a menudo las plantas para que resulte acogedor. Un beso.

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  4. Que bonita historia!! Me ha gustado en especial. Cuando he leído este relato me he acordado de los poemas de Mario Benedetti, no se muy bien porque pero me han venido a la mente. Bs

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