Ella



Lunes de nuevo y otra vez el café se ha quedado frío frente a mí. La camarera ya entiende por habitual que al levantarme no haya posos que leer en mi taza. Apenas hace un gesto encogiéndose de hombros, yo hago como que no la he visto y pago un euro con veinte y salgo al primer lunes de noviembre. Sin ella. Un lunes más.

Trato de sacudirme la culpa y los recuerdos, pero están pegados a mi espalda como piedras que me hacen caminar más despacio. He perdido energía para todo. Me he desinflado y me cuesta reconocerme. 

Entro a trabajar, pongo la radio y bajo el volumen. Escucho dentro de mí lo que ella diría, como si estuviera la melodía de su voz sintonizada en mi cerebro y es que sé a ciencia cierta todo lo que ella haría, diría y daría. Porque sé perfectamente todo lo que ella hizo, me dijo y me dio.

Me volví loco de repente. Cruzamos unas miradas, nos encontramos por azar en varias ocasiones y finalmente, tuvimos "la cita". Sí. Esa cita que todo el mundo espera tener en la vida y que se convierte en el momento clave de tu historia. Cuando estás dentro de esa burbuja sabes la importancia que está teniendo ese instante. La adrenalina te tiene tan cogido por los huevos que solo te dejas llevar, y...  llegas a casa y en cuanto te quedas solo no puedes dejar de sonreír. De dar marcha atrás en tus recuerdos para asegurarte de que todo lo sucedido ha sucedido de verdad. Te miras las manos que han acariciado su cuerpo. Te rozas los labios que unos minutos antes la han besado y te pellizcas para comprobar que no es un sueño y te ríes de tu estado. Porque te sientes feliz. Porque uno se pasa la vida entera buscando una sensación así. Deseando vivir un encuentro así.

Tras esa cita la locura me invadió. Hice todo aquello que jamás pensé que haría, dije todo aquello que pensé que nunca diría. Me sentí el tío más cursi y gilipollas del universo y me reí de mí mismo un par de meses antes criticando a otro gilipollas que iba con unos globos con forma de corazón por mitad de la calle en busca de su "ella" particular. 

Di mi tiempo, mis horas de sueño, mis horas de descanso, mis minutos y mis segundos porque si bien estaba agotado, jamás me había sentido tan vivo por dentro.
Y ella estaba ahí siempre. Intacta, sonriente. Dulce, tierna, divertida y risueña. 
Sabía que lo estaba haciendo bien. Sabía que ella se sentía feliz. Yo me sentía seguro, fuerte, valiente. Confiaba en mí  y sabía que nada podía hacernos daño. 

Y de repente la perdí. Poco a poco sentí como si no pudiera alcanzarla. Como si una enorme escalera se hubiera colocado bajo mis pies y yo empezara a rodar hacia abajo dejándola a ella arriba, mirándome con cara de circunstancias, a ratos preocupada, otros enfadada y sobre todo, desilusionada. 

Llega la hora de comer y con un sandwich tengo suficiente. He perdido peso y estoy ojeroso. Ella ahora mismo hubiera dicho algo ocurrente, o hubiera hecho uno de esos gestos suyos con los cuales me decía todo sin palabras y trago saliva y carraspeo porque sé lo que me diría ahora mismo. Cojo el coche, cambio el cd, busco uno de nuestros temas y me la imagino otra vez en el asiento del copiloto hablando como una cotorra de todo o misteriosamente callada. Hubo un tiempo en que sus silencios me volvían loco y la observaba morderse el labio hasta que la curiosidad me empujaba a preguntarle en qué pensaba y, después, llegaron los tiempos en que me daba terror saber qué barruntaba. 

Ambos tuvimos miedo de la intensidad que tenía nuestra relación y sin embargo, de la mano podíamos superar las mareas. Elegí dejarla sola. Tanta fuerza me agotaba. No sabía tampoco si sería capaz de mantenerme a ese nivel. No quería fallarle. No es que ella me pidiera más ni menos. Ella era clara y transparente, ella hablaba y agradecía cada detalle. Como una niña. Como esa niña a la que los padres olvidan en un supermercado y luego vuelven a por ella apesadumbrados. Jamás la dejaron de querer, pero fueron a rehacer su vida, se descuidaron un momento, bajaron la guardia y... la reencontraron marchita y desconfiada. 

Al llegar a casa hay silencio y soledad. Otro día más sin ella y sin mí mismo. Otro día más sin valor para levantar el teléfono y llamarla y contarle todo esto o sorprenderla como antes de la forma más estúpida posible, solo por verla sonreír. Otro día más asumiendo los errores en vez de los valores. Y otro día más viéndola en mi mente ladear la cabeza diciendo "así no, así no..." y al mismo tiempo recordando sus brazos y su cuello donde tantas veces me he perdido y donde su olor me hace sentirme, sencillamente, feliz.

Primer lunes de noviembre.

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"...es tan corrosivo este dolor, 
esta casa en ruinas que soy yo, 
estoy todo roto por dentro, 
estoy todo roto y deshecho y no puedo seguir así...
Pero el día amanece y nada me parece la mitad de perfecto, como cuando tú estabas aquí..."

M-Clan "Roto por dentro". En acústico siempre mejor. Temazo.
Si he de recomendar una película, ayer vi Her. Hacía mucho tiempo que ninguna película hablaba mi idioma. Me conmovió, me gustó y aunque lloré como una madalena, me entusiasmé porque me hizo sentir una auténtica montaña rusa de emociones.
Rescato una frase y mira que podría rescatar el guión entero:

"En quien sea que te conviertas y donde sea que te encuentres en el mundo te envió mi amor".
Amen . Sin tildes.

Comentarios

  1. Ella y los vacíos

    Tremenda Her. Un pálido reflejo donde el amor se esconde hasta en el último sentir de un humano...desarbolando al sistema operativo más escéptico

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    Respuestas
    1. Sí, plebeyo. Tremendísima y sorprendente para mí que después de tanto tiempo pude verla.
      Vacíos, tremendos también.
      Ambos dejan un poso intenso y que hace eco.
      Besosss

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