Ódiame

Fotografía de Estitxu Ortolaiz

Él siempre sacaba la misma foto cuando paseaba. Nunca le pregunté por qué lo hacía. Me hacía gracia caminar a su lado y saber que iba a pararse, mirar hacia la montaña y tomar la imagen. Supuse que algún día me lo contaría. Todos estamos hechos de pequeñas manías.

Él decía que conmigo todo era muy sencillo. Que era divertida, que lo calmaba y que sobre todo, le permitía sentirse él mismo. Libre. Yo callaba. Sentía que muchas de esas frases no requieren de respuestas. Él afirmaba cosas que me conmovían. Pero tampoco se lo dije.

Él me deseaba como se desea una piedra preciosa, o un gran viaje, o... ese algo que cada cual puede desear mucho. Tampoco le dije que temía al deseo. Que el deseo es una ilusión que de no alimentarse se funde, como una bombilla tras el resplandor.

Anoche me escribió. Eran las cinco de la mañana cuando recibí su mensaje:
-¿Duermes?
-...
-¿Te he despertado?
-...
-Bueno, solo quería decirte que sigo pensando en ti.

Me revolví en la cama no sin antes estampar el teléfono contra la pared. Solo tardé dos minutos más en levantarme, reiniciarlo y responder.
-¿Sigues pensando en mí a las cinco de la mañana?
-Perdona, no me atrevía a escribirte antes.
-Si lo haces a las diez quizá podamos charlar un rato. Ahora no tengo nada que decirte. Buenas noches.
-He sido muy torpe otra vez.
-...
-¿Sigues ahí?

Cuando le conocí me pareció un hombre que sabía lo que quería. Al menos, conmigo. La vida ya es demasiado compleja como para saber hacia dónde tirar. No obstante, él tenía muy claro el rumbo conmigo, el problema es que yo nunca lo supe. O lo interpreté mal, o a mi manera. Cuanto más me quiso, peor me cuidó. Y cuando más me necesitó, más sucumbí yo a un papel que no me correspondía.
-¿Puedo ir a verte?
Remoloneaba, me miraba en el espejo, me daba cabezazos contra la pared preguntándome por qué continuaba con aquello y finalmente decía:
-Bien.

Después todo era muy predecible. Junto con la ropa también me desvestía del corazón y cuando tras un par de horas de sudores varios se iba, procuraba olvidarme de reponer mi órgano fundamental. Porque sabía que la talla de mi alma había cambiado, que apretaría, que me ahogaría. Esto, él tampoco lo supo.

Siempre he pensado que debió imaginarlo. Que debía intuir el estado en el que me dejaba después de cada encuentro. Pero cuando al cabo de unas semanas e incluso meses, regresaba como si todavía fuéramos dos desconocidos tratando de descubrirse, con mi ropa, ya mi corazón no se caía. Me había vuelto tan de piedra que ni podía con él.

-Estoy seguro de que me odias.
-No.
-Sé que esto es una mierda, es poco, es insuficiente, es... Venga, por favor, dime que me odias.

Continuamos durante un tiempo siendo mucho peor que dos desconocidos. Librando batallas que a día de hoy me parecen ilógicas tan solo por no soltarnos, por no hacernos más daño, por no ser francos el uno con el otro. La última vez que nos vimos, él llevaba a su hijo al colegio. Como cada día, paré en el "stop" mientras los veía entrar en el edificio. Tenía tutoría, llegué un poco más tarde. Nos estrechamos la mano y ella empezó a formularme preguntas sobre el niño como si las llevara todas apuntadas en una libreta. Yo me concentraba en la respiración mientras él miraba al suelo.

-Por último, quería preguntarle una cosa. No sé cómo darle la noticia de que va a tener un hermanito.
-¿Sí? -exclamé de repente, sorprendiéndoles a ambos-. Vaya, felicidades.
-Gracias -dijo ella emocionada poniendo la mano sobre la rodilla de él.
Parecía ridículo sentado en una silla de primaria, haciéndose por segundos más y más pequeño ante mí. Me envió un mensaje al salir que decía "lo siento". ¿Lo sientes? Tampoco respondí.

-¿Sigues ahí? Entiendo que no quieras ni verme. Que me odies. Yo...

Mientras veía cómo en la pantalla ponía "escribiendo", le respondí. Hablé con sinceridad por primera vez en muchos meses. Su mensaje no me llegó, porque paró en seco cuando las dos flechas se tornaron azules y leyó mi texto.
-No te equivoques, me odio a mí misma.

Nunca he sabido si siguió sacando fotos al mismo lugar.

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Esta tarde una mujer en silla de ruedas me ha pedido que la ayudara. Había empezado a llover, iba en tirantes y me ha pedido si podía sacarle de la mochila un jersey.
-¿Lo tienes aquí?
-Sí.
Al sacarlo, me he dado cuenta de que pesaba un poco. Llevaba la alarma que suelen poner a las prendas en las tiendas.
-Esto... quizá deberías quitar esto de aquí.
Me ha mirado un par de segundos antes de responder mientras accedía a que le pusiera la chaqueta.
-Sí, algún día me pasaré para no tener problemas.
Cuando ha seguido su camino, no he podido dejar de pensar en las múltiples circunstancias que hacían que ella siguiera llevando la alarma puesta. Ninguna ha sido buena.

Al igual que ninguna es buena para justificar el odio, ni el rencor. Conozco personas maravillosas que se odian a sí mismas por haberse dejado herir. Por haber confiado, por haber dañado a quienes querían. Creo que es muy triste cargar con esa culpa, atacarse a uno mismo cuando en el peor momento es cuando más necesitas abrazarte. Y no digo que te abracen, digo que te abraces tú. Que te aceptes, que te permitas tus errores, tus aciertos, tus meteduras de pata y todas esas alarmas que no sonaron cuando abandonaste algún lugar. Lo que nos llevamos de bueno es aquello que seguirá abrigándonos cuando llueva, cuando llores. Porque somos la suma de alarmas que sonaron y no quisimos escuchar en determinados momentos. El libre albedrío consiste en elegir y ser consciente de las consecuencias de cada elección.

El mundo está muy revuelto esta temporada, no os agobiéis. Son sólo alarmas que suenan, como despertadores. Después, te levantas y continuas. Siempre es igual.

Sed buenos, gracias por leerme  y escuchad esta canción. Hoy me ha dado por buscar un tema que tenga tanta fuerza que digas ¡sí! Los Black Sabbath a los que debo muchas más escuchas. Y el Ódiame de Bunbury, que nunca me deja indiferente.

"ódiame por piedad yo te lo pido 
ódiame sin medida ni clemencia 
odio quiero mas que indiferencia porque 
el rencor quiere menos que el olvido"
Nos leemos, besos mil en este septiembre de tantos proyectos en marcha.
¡Ah! La imagen, otra de Estitxu. Conecto con su sensibilidad. ¿Por qué esta? Por lo que os sugiera. A mí me dice tantas cosas...

Muaks!

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