Canciones prohibidas



Se prometieron quererse «para siempre», a pesar de todo, incluso cuando las cosas pudieran ponerse complicadas o feas:
—¿Tú crees que nos pasará?
—No, seguro que no, pero puede pasar, la vida da muchas vueltas.
Y ella creía en las vueltas de un vals, en su ritmo y en que determinadas historias, tal y como comienzan, es imposible que no funcionen. Se equivocó.
Dudaba entonces si el peso de la atracción había sido mayor al del verdadero amor, o si los cimientos no se habían construido sólidos sobre una base firme. Dudaba del por qué, cómo y cuándo su relación empezó a hacer aguas, a filtrar demasiado, a atascar la corriente emocional y a derrumbarse para siempre. Porque a diferencia de los comienzos, hay rupturas que llevan incluidas la certeza del «para siempre» o del «nunca más».


Sonaba "Dream a little dream of me" de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, cuando apostados en la barra de una cafetería compartieron un primer café. Él fumaba y le ofreció un cigarrillo y una primera confidencia:
—Me encanta esta canción. «Sueña un pequeño sueño sobre mí».
Ella se sonrojó. Intuyó que no había sido una mera traducción de la letra de la canción sino que el mensaje llevaba implícita otro tipo de señal. La captó. Respondió con una sonrisa y agachó la cabeza, ruborizada.
Durante las siguientes semanas, jugaron a encontrarse a la misma hora en el mismo café. Alegría y decepción a partes iguales cuando coincidían o cuando el café se servía más solo de lo habitual.

A los pocos meses compartían gramola, sábanas y sudores. Creían firmemente que estaban hechos el uno para el otro. Y entre canciones, besos y costumbres, pasó el tiempo y pasaron ellos, no saben bien cómo, a un siguiente nivel.

—He empezado a escuchar a Bon Jovi.
—¿Sí? No lo soporto.
—Bueno... no te pido que lo hagas, solo te lo contaba.

No hicieron falta muchos más discos, ni conciertos, ni melodías nuevas o viejas, la grieta se abrió en el acto convirtiéndose en brecha un poco después y al cabo de unos meses, dejaron de buscarse con pasión para rehuirse con hastío.

—Me gustaría entender qué es lo que ha pasado. Cómo se ha ido todo a la mierda, en qué momento —se lamentaba ella con sus amigas.
—Suele haber muchos pequeños momentos antes del gran final. A veces son imperceptibles, y otras veces son como una auténtica bomba de relojería imposibles de obviar.
—Nunca he querido a nadie como a él.
—Y él nunca querrá a nadie como a ti.

La amargura fue más larga que el invierno y del olvido, lo que más costó olvidar fue la banda sonora que los conformaba. Ambos evitaban a Ella Fitzgerald, a Armstrong, a Joe Cocker e incluso a Thalia y el recuerdo de aquella fiesta donde bailaron como si supieran salsa, vetando también a Extremoduro, Rosendo y Love of Lesbian. Las canciones dolían. Eran como cuchillos clavándose en el alma que se afanaba por mantenerse en pie.
Sonaban en la radio, en el coche y en el supermercado. Sin quererlo permanecían ligados y cuando no era uno, era el otro quien volvía a los recuerdos y se dejaba abrazar por la nostalgia y quien meditaba por qué ya no estaban juntos y por qué no había funcionado una historia con visos de «para siempre». La vida. El destiempo. El silencio. El conformismo. La certeza errónea de que en el amor con el amor basta... pero no bastó.

Las playlists de los 90 se llamaban Boom.


Muchos años después, cuando las heridas ya habían cicatrizado en ambos cuerpos, seguían sintonizando otra emisora o cambiando de canal y de lista de Spotify cuando el pasado volvía inesperadamente. A días se permitían unos segundos de escucha, una sonrisa, un pensamiento de más.

Fue en un cruce cuando volvieron a verse, de repente, una mañana de octubre a primera hora. Ella cruzaba un paso de cebra y él estaba dando la curva con la ventanilla abierta y la música a todo volumen, sin reparar en ella. Ella creyó reconocer la canción y se quedó muy quieta en mitad de la carretera, despistada del dónde, intentando confirmar su percepción. Entonces él la vio y detuvo el coche frente a ella, sonriéndole como si acto seguido fuera a invitarla a un primer cigarrillo, otra vez.

—No sabía que te gustaba Bon Jovi.
—Solo me gusta el «Keep the faith».

Los coches que esperaban a que la pareja dejara de charlar pitaron y volvió el ruido a tapar la música y la historia. Él arrancó y ella continuó su camino, como debía ser, con la playlist de ambos un poco más fresca, y una canción que al fin, dejaba de doler para, sencillamente, hacerles revivir.

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*Keep the faith — Mantén la fe. 

Si tuviera que elegir una canción de este disco, sería «Bed of roses» o «In these arms» . Aunque mi álbum favorito siempre ha sido el «New Jersey». Encontrar la portada del Boom me hizo mucha ilusión. ¡Menudas mezclas de artistas imposibles se hacían entonces! 

Llevaba varios días queriendo escribir esta historia, pero las obligaciones de una escritora indie que presenta libros por el mundo e imparte talles de escritura creativa y atiende a una hija de 10 años, y viaja y cuida la casa (excepto las plantas porque todas eligen morir en mi presencia o en mi ausencia), no me daba para ponerme frente al ordenador y teclearla. ¡Me encanta que me leáis! Compartir estos relatos que estoy segura de que os resonarán, porque son historias tan mías como vuestras, y las canciones... ¡Ay, las canciones! Creo que todos tenemos canciones prohibidas.

Me encantará conocer las vuestras, si os atrevéis a escribirlas aquí en los comentarios o a través de la redes. Hace años, uno de mis cuidadores del alma me dijo: «cambia de música». Fue un consejo eficaz. Los nuevos grupos me permitieron respirar distinto y recomenzar. Haced la prueba si estáis en momentos difíciles. Reconozco que la pena mora y la tristeza íntima que entra al escuchar determinadas canciones nos mecen y parece que nos comprenden, pero es mucho más beneficioso a todos los niveles dar una oportunidad a otros artistas y comenzar con una nueva playlist que hable de esperanza, inicio y vuestro nuevo TÚ. Porque de cada historia renacemos renovados, OTROS. 

Un beso enorme y una de mis canciones nuevas, de esas que no se asocian a nadie y te conectan para bien y muy bien, contigo mismo.

«Sálvese quien pueda» de Vetusta Morla.

«Puede ser que mañana esconda mi voz por hacerlo a mi manera, ¡hay tanto idiota ahí fuera!»

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Si os gusta, ya sabéis, echadme una mano, primos, y compartid para que me lean más personas con historias y canciones prohibidas. 

¡Besos!

Itziar

www.itziarsistiaga.com
@itzisis




Comentarios

  1. Mis sonidos son constantes desde hace 20 años, pero siguen sonando como aquel primer día. Hotel Womb siempre será una de mis canciones especiales, tanto tanto que el día 2 espero en directo volver a escucharlo

    Besos

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  2. The Church...
    Hay grupos que no te cambian, querido Mr, sino que forman parte de ti. Más que canciones prohibidas, tú las recomiendas a modo de dieta emocional.
    https://youtu.be/pm4IsePmdik

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  3. Cambia de música, empieza una nueva playlist... me parecen consejos fantásticos. Es cierto que es difícil no asociar las canciones que tanto nos gustan a momentos determinados, a personas concretas, a historias que a veces acarician el corazón y otras veces lo hieren. En cierto modo, nuestra banda sonora nos ancla al pasado.

    En cuanto al relato, quién no ha visto (o ha dejado de ver) cómo el amor se fue descomponiendo.

    Un beso, Lady Itziar

    PD: Yo, que soy más vieja, recuerdo los recopilatorios de verano de Epic. Eran los 80 (incluso finales de los 70)

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  4. Deberías decir, querida Lady Alís, que tienes una gramola mucho más extensa. Gracias por pasear por el pisito.
    Un beso grande.
    Lady J.

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  5. Hay sonidos constantes que nos acompañan, una suerte de cimientos para seguir caminando, y también con un oído atento a lo nuevo.
    Primera vez por acá, me quedo un ratito.

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  6. Encantada de recibirte en el pisito, Mr. Horacio.
    Nos leemos, de a pocos.
    Un beso.

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