Arrepentido




Me hubiera gustado besarte cada día como al principio. Con nervios, pero sin vértigo. Con ternura, con ilusión, sin miedo al vacío. Ahora me acerco y me rehúyes. Soy consciente de que te perdí y esta pena me atormenta. Me preguntan si estoy arrepentido. Nunca digo la verdad.

Nos conocimos en aquel parque, ¿recuerdas? Dos chiquillos. Libres, felices, ajenos al drama de la vida y a sus mierdas. Sí, digo «mierda», y también «puta», «joder» y «lo siento». Al igual que lo dije un día, preso de mi propia ira sin calcular las consecuencias. Las palabras no se las lleva el viento. Algunas, al menos, no. Permanecen alrededor de uno envolviéndolo, como el polvo al trasluz, flotando en la misma atmósfera que uno respira. Es normal ahogarse. Yo lo hice.



Recuerdo aquel primer beso, ya teníamos 16. Tus pequeños pechos erectos, la suavidad de tu piel, tu larga melena haciéndome cosquillas en el cuello... Tu saliva sabía a chicle de menta, a veces a sandía. Eras tan alegre... Y yo solo te seguía. Te seguía al instituto, en la risa, en el llanto, en tus días. Me convertí en tu sombra sin que lo pidieras. Sonreías. Nunca me pediste que me fuera. Quizá ahí me equivoqué, o lo hiciste tú. Deberías haberme dicho entonces «vete» o «déjame». No lo vi venir. De tus besos pasé a tus silencios. De tus miradas dulces pasé a la estupefacción en tu rostro y ¿al miedo? ¿Tan pronto empezaste a sentir miedo de mí? 

Me volví loco. O quizá ya nací loco y tú lo intuiste desde el principio. Me trastornó verte con otro. Con otros. Porque yo te seguía y te espiaba, tras los ventanales de las cafeterías reparabas en mi presencia al otro lado del cristal y te escapabas corriendo. Te escuchaba gritar histérica «lárgate», «olvídame», pero no te tomaba en serio. Tú... que tan bonito me habías mirado, que tan lento me habías besado.

La primera vez que la policía vino a por mí me avisaron de lo que podía pasarme. Mi envergadura no les intimidó a ellos y sin embargo, sabía que a ti te ponía nerviosa. «Si estás nerviosa es porque me recuerdas», me decía a mí mismo al arrancar el coche y seguir tu ruta. Cada pocos metros te girabas para comprobar si estaba cerca. Hubo un punto de inflexión entonces, un día, en una cafetería. Al verme entrar te pusiste en alerta y pediste ayuda al camarero. 
—Me está acosando —dijiste dejándome en ridículo.
—No la conozco —repuse con desdén, pero acabé marchándome al sentirme tan humillado.
Te esperé. Te esperé como se espera a una presa en el bosque: oculto entre la maleza y silente, consciente de que en algún momento bajarás la guardia y te olvidarás de que hay alguien al acecho. 

Me detuvieron cuando aún no había acabado contigo. Cuando tus gritos de dolor me conmovían y me extasiaban por igual. Ya nunca volverías a olvidarte de mí. Cada día, desde entonces, recordarías a los  chiquillos que jugaban en el parque a ser marido y mujer, los padres de Pepito y Cecilia, los peluches que hacían las veces de nuestros futuros hijos. Hijos nonatos porque no quisiste, «puta», porque no me amaste como yo te amé, «tonta». Porque me dejaste solo, solo, solo.

Una vez a la semana, una mujer de mirada fría entra en mi celda y me pregunta cómo estoy. Está esperando escuchar la palabra «arrepentido». 
—Yo solo me arrepiento de los besos que no di. Tengo ya suficiente castigo. Y no, señorita, no lo siento.

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El otro día me impactó de nuevo uno de esos actos que atentan contra la vida de una mujer. La frialdad de quien viaja a otro país para vengarse por un desamor, por un «ya no te quiero» tan lícito como honesto. 
Me horrorizan estos ajustes de cuentas en base a la rabia, la frustración y el no saber aceptar que la vida es un continuo trascender, cambiar. Un auténtico ejercicio de adaptación. Pero está claro que hay quienes creen que deben vengarse y tomarse la justicia por su cuenta, como si el amor fuera un acto de justicia y no de alma, de inteligencia emocional.

Posiblemente, mientras estoy escribiendo este texto varias mujeres estarán siendo maltratadas por sus parejas o ex-parejas. Algunas recibirán golpes, otras insultos, ácido o cuchillos. Solo podemos luchar contra esta lacra haciendo visible lo invisible, quitándole maquillaje a los moratones y educando desde la base en el respeto. Midiendo las palabras que utilizamos para referirnos a unos y otros, enseñando desde el ejemplo lo que está bien, sin violencia, sin intimidación, sin chantajes. 

Descubrí esta imagen hace un mes en Pixabay (una web de imágenes libres de derechos), y desde entonces la mirada de este hombre me inquieta. Cuenta la leyenda que es un vagabundo. Le he inventado una historia bastante más truculenta. Aún así, hay en su mirada una pesadumbre tan pesada como sus ojeras. Una rendición absoluta a este mundo de locos donde aún existen personas que siguen pasando por alto las primeras señales de maltrato, como son los insultos o los desprecios. No mueven un solo dedo. Porque nadie mueve un dedo a no ser que el picor venga de dentro, sea del cuerpo. Esta mirada para mí es la de alguien que se ha rendido. Y supongo que yo escribo porque me niego a callar y a callarme que ya van 44, y niños, y allegados, y vacío...

El otro día escuché una discusión muy fea cerca. Se me revolvieron las tripas. Llamé a la policía. ¿Cuántos de vosotros subís el volumen del televisor? Yo no puedo mirar hacia otro lado. No es No. Y es intentar proteger a quienes no consiguen salir de los túneles porque han dejado de ver La Luz. 

Texto de entraña hoy. 
Hay miradas. Hay palabras que no valen nada. Y palabras que lo dicen todo: RESPETO.
Cuidemos a quienes nos quieren, pero respetemos también a quienes dejaron de hacerlo. 
Vida y libertad. Amor incondicional. Y ya.

Voy a escuchar a Rozalén y su Puerta Violeta. ¡Qué bonito todo el universo que ha creado esta mujer!


Besos a todos.
Sed buenos.

Itziar

Comentarios

  1. 45

    El número deja en evidencia lo lastrada de esta sociedad

    Con tu permiso te pillo la historia. Mis alumnos necesitan leerte

    Besos

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  2. Últimamente recuerdo muchas cosas que mi madre me decía desde niña. Una de ellas que se me vino a la mente mientras leía tu relato es que no hay más sordo que el que no quiere oír. Y escuchar es, en mi opinión, una de las bases del respeto.
    Demasiados casos de violencia de género, demasiados abusos, demasiadas muertes, y maltratos, e insultos... Y siento algo de compasión también por esos hombres (y también mujeres) que no saben amar, no saben respetar, porque no han aprendido. Parece que para cambiar algo hay que empezar desde más temprana edad, y no es un cambio a corto plazo.

    Una entrada desde la entraña, sin duda. Gracias por ella, Lady Itziar.

    Un beso grande

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    Respuestas
    1. Gracias a ti querida Lady Alís por ofrecerme tu lectura.

      El silencio hace más fuerte al verdugo. Yo también siento compasión por quienes aún no han despertado al amor. Al AMOR.


      Un besazo.

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  3. Toda tuya, Mr. Y si encima sirve para crear un poco de conciencia, de debate, para seguir educando como tú educas a tus alumnos, no puedo sino darte las gracias.
    Un besazo, Mr. Plebeyo.

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  4. He llegado hasta aquí y me gusta lo que veo. Aunque el tema de esta entrada es una losa para muchas mujeres y una lacra para la sociedad. He de felicitarte por tus palabras. Me quedo por aquí. Un saludo.

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